30 de mayo de 2011

Santidad, buen día, hoy hay sol..

Santidad, buen día, hoy hay sol”, fue una de las últimas frases que escuchó en vida Juan Pablo II y fue pronunciada por Rita Megliorin, la enfermera que atendió al Papa los cuatro meses antes de su fallecimiento.
En un encuentro con periodistas en la sede de la Universidad de la Santa Cruz de Roma, Megliorin relató su vivencia con el Pontífice polaco, justamente, el 2 de abril de 2005, el día de su muerte.

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Ese día fui llamada al Vaticano; de madrugada, algunos medios decían que el Santo Padre había muerto, otros señalaban que no estaba consciente. Cuando llegué estaba angustiada, tenía miedo de perderme el momento del adiós”, confesó.
Cuando entré en la habitación no sabía qué decir, generalmente todos me decían de no llorar, porque lloraba siempre; en cambio, ese día, nadie me dijo nada. Me arrodillé junto a su cama y le dije: Santidad, buen día, hoy hay sol. Él me miró y me sonrió”, agregó.

De hecho, la enfermera señaló que, desde el comienzo de su servicio al Papa, ambos tenían la misma rutina: ella entraba a la habitación, abría las persianas y pronunciaba la frase “Santidad, hoy hay sol”, porque los días eran soleados en aquel tiempo. Al saludo, Karol Wojtyla respondía con una bendición, ella se arrodillaba junto a la cama y él le acariciaba paternalmente el rostro.
Así iniciábamos la jornada”, apuntó y confesó que poco antes de la muerte tomó la mano del Pontífice y la acompañó para recibir la última caricia.

Describió que, aquel día, él contempló el cuadro de Cristo sufriente ubicado frente a su cama y que por la ventana entró el sol, además de que se escuchaban las voces de los jóvenes en la Plaza de San Pedro, los cantos y las oraciones.
Entonces, en un momento, en mi máximo de mi profesionalidad, me dirigí a don Stanislao (Dziwizs) y le dije: Tal vez estas voces molestan al Santo Padre. Cometí un error tremendo y me di cuenta un poco después”, reconoció.
El secretario me tomó de la mano, me llevó a la ventana y me dijo: Rita, esos son los hijos que vinieron a saludar a su padre, un padre, cuando se va, no quiere abandonar a los hijos y los hijos no quieren estar lejos del padre, es su modo de despedir a Juan Pablo II”, apuntó.

Megliorin era jefa de sala en el Policlínico Agostino Gemelli de Roma, donde suelen atenderse los Papas, en enero de 2005. El día en que el líder católico fue internado por primera vez, ella llegó al hospital sin saber la noticia y, a los pocos minutos, debió atender al “paciente especial”.
Su servicio se extendió durante la estancia en el Gemelli y después en el Vaticano, donde Karol Wojtyla fue trasladado porque ya no quería permanecer lejos de “su casa”.

Yo cumplía con mi deber de enfermera inflexible y él cumplía con su rol de enfermo inflexible, exigente. Siempre fue puesto al corriente de todo, él quería saber las condiciones, y cuando no comprendía, me miraba en un modo particular, quería decir que debía ser más clara”, reveló.
Juan Pablo II –añadió- tenía un dolor espiritual, el dolor de padre que no lograba alcanzar a todos sus hijos que tenían necesidad de él porque estaba obligado, en ese momento, en una cama de hospital; creo que este fue su sufrimiento más grande”.

La enfermera destacó la cercanía del obispo de Roma por los demás enfermos del nosocomio, por quienes rezaba sin cesar.
Aseguró que, incluso en los momentos de máximo sufrimiento, jamás ahorró energías, siempre las dio a los demás y nunca se lamentó por algo.
Yo no vi la fragilidad en la enfermedad de Juan Pablo II; incluso, cuando estaba en una cama de hospital y podía levantarse para rezar el Angelus, hacía un esfuerzo enorme y, aún así, quería ser puntual, porque sus hijos lo esperaban”, estableció.

Fuente: mexicosiemprefiel.com