En Buenos Aires, y con las nuevas torres, muchos coinciden: en los días con cielo despejado y sin neblina, desde algunos edificios muy altos se puede llegar a ver Colonia del Sacramento, la ciudad uruguaya que está en la otra orilla del Río de la Plata. No deja de ser una curiosidad. Pero si de cuestiones curiosas se trata, en la Ciudad hay una que resulta sorprendente: desde la Plaza de Mayo y mirando con atención, se llegan a observar las pirámides de Egipto.
¿Cómo es posible? Alcanzará con levantar la vista frente a la Catedral Metropolitana, en la avenida Rivadavia casi esquina San Martín, para descubrir que los perfiles de las más famosas pirámides de Giza, que recuerdan a los faraones Keops, Kefrén y Micerino, están allí como fondo de la escena artística que adorna el tímpano de esa iglesia, declarada Monumento Histórico en 1942.
La inauguración de esa obra artística, que llenó un espacio vacío y le dio realce al friso, fue el 19 de junio de 1863. Los trabajos habían comenzado a fines de 1860 y aunque dentro de las leyendas porteñas alguna vez se dijo que los había realizado un preso al que se indultó por esa obra, el encargado de desarrollarlos fue un artista francés llamado Joseph Dubourdieu, un hombre del que existen pocos datos biográficos, aunque se sabe que llegó aquí por primera vez en 1849.
Cuando le pidieron que realizara la obra para llenar ese friso triangular de 42 metros de ancho, Dubourdieu pensó en una imagen bíblica que trasmitiera amor y reconciliación. Así bocetó representar el reencuentro del patriarca hebreo José con sus once hermanos y su padre Jacob. Justamente Jacob y José son las figuras centrales del cuadro donde se observa al padre inclinándose hacia su hijo quien avanza para abrazarlo. La escena, según las Sagradas Escrituras, ocurrió cuando Jacob fue a Egipto. Por eso el artista pensó en las pirámides y decidió incluirlas como fuerte referencia detrás de la escena del abrazo.
Los especialistas sostienen que lo más difícil de resolver fueron los extremos del friso porque su forma triangular hizo que el espacio quedara, por esa cuestión geométrica, más reducido en altura. Sin embargo, Dubourdieu le encontró la vuelta al desafío e incluyó animales. Así, ubicado sobre las magníficas columnas (son de estilo corintio y se dice que representan a los doce Apóstoles), el tímpano de la Catedral aportó una imagen acorde a lo que merecía la importancia del edificio.
Como la realización de la obra artística coincidió con los tiempos de la batalla de Pavón (fue el 17 de septiembre de 1861 y su resultado generó que la provincia de Buenos Aires se reintegrara con el resto del país), algunos asociaron esa imagen de reconciliación colocada en el frente de la Catedral con aquella otra que parecía darse en la Argentina, lo que le otorgó al trabajo una interpretación política.
Después de terminar las esculturas, los investigadores afirman que el artista regresó a Europa y sus datos se perdieron entre la niebla del tiempo. Sin embargo, Joseph Dubourdieu no sólo dejó esa huella de su paso por Buenos Aires. También realizó otras esculturas que aún se conservan en espacios públicos de la Ciudad. Una de ellas es la estatua de la Libertad que está coronando la Pirámide de Mayo, aquel monumento que el gobierno patrio mandó construir para conmemorar el primer aniversario de la Revolución de 1810. La estatua del francés se agregó en 1856 y mide algo más de tres metros. Pero esa es otra historia.