Nació con una malformación y a los 11 meses le amputaron las piernas. Su
temple y talento lo convirtieron en un atleta formidable. Corre con
prótesis, sus marcas generan asombro y sueña con participar en los
próximos Juegos Olímpicos.
"Así que yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta
manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo y
lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo
mismo venga a ser eliminado". (Corintios 9:26-27)
La fila india en el
aeroparque Jorge Newbery se detiene. No son más de quince o veinte
personas que deben pasar sus bolsos de mano por el único escáner en
funcionamiento. Las otras máquinas descansan en el bullicio matinal de
la sala de preembarque. Pasa una vez por el detector de metales, un gran
marco sin puerta y con luces amarillas y verdes, y la policía lo revisa
personalmente. Oscar Pistorius abre un bolso raquetero de tenis algo
raído y muestra las prótesis transtibiales de fibra de carbono, que
pesan algo más de dos kilogramos cada una. Explica quién es y qué hace
con ellas. No es la primera vez que atraviesa por esta situación. Quizá
por eso la vive con absoluta naturalidad. En 2006 la seguridad de
Schiphol, el aeropuerto holandés de Amsterdam, halló sustancias usadas
habitualmente en explosivos en sus piernas ortopédicas. Aquella vez fue
esposado y estuvo detenido en una celda. Todo se solucionó cuando
explicó que horas atrás había estado disparando al blanco con un amigo.
Esta vez la escena no llegó a ser tan traumática. "Ya estoy acostumbrado
a esto. ¿Por qué me molestaría?", dirá horas más tarde al otro lado del
Río de la Plata.
Ese muchacho de 25 años que, a cada rato, regala una
sonrisa, habla con un inglés algo cerrado y viste de civil, con jeans de
diseño y un holgado buzo canguro color negro; en nada se asemeja al
atleta especialista en 400 metros que corre con prótesis llamadas
Flex-Foot Cheetahs (por el guepardo, el animal más rápido) y que luchó
por ser aceptado por la Asociación Internacional de Federaciones de
Atletismo (IAAF).
El principio de todo
Pretoria es la capital administrativa de Sudáfrica.
Allí nació y se crió Oscar Leonard Carl Pistorius, tal como dice su
pasaporte que tiene sellos al por mayor. Hijo de Henk y Sheila, "dos
personas súper obstinadas y positivas que me enseñaron a ser lo que
soy", según describe. Y agrega: "La decisión que tomaron fue la
correcta. Yo habría hecho lo mismo." Oscar se refiere a la amputación
que padeció en ambas piernas a los once meses de vida. Angustiados, muy
angustiados, "pero -dice- sin compadecerse nunca de mí" y luego de más
de diez consultas médicas, la sentencia quedó en manos de sus padres que
siguieron las recomendaciones del médico ortopedista Gerry Versveld.
¿La causa? Una malformación congénita degenerativa en las dos piernas.
Si no lo hubieran sometido a esa intervención, el pequeño Oscar hubiera
sufrido mayores problemas durante el resto de su vida. A esas alturas el
tiempo apremiaba. Si Oscar aprendía a caminar tal cual había venido al
mundo, sin el peroné, el hueso largo y delgado que recorre cada pierna
desde la rodilla hasta el tobillo, todo empeoraría y le produciría
problemas al por mayor. Seis meses después de la tremenda operación,
Oscar recibió su primer par de piernas ortopédicas.
La posición económica de los Pistorius era muy buena.
Henk, ingeniero de profesión, dirigió durante años una mina de cal en su
ciudad. Así, cada nueve meses, los Pistorius se aseguraban de renovar
las prótesis de su hijo. "Por suerte, siempre pudieron cambiármelas. Era
muy inquieto y como eran de madera se rompían a cada rato", recuerda
Blade Runner [en inglés: blade, lámina; runner, corredor], tal su apodo
desde que su caso saltó a la fama y logró conmover al mundo.
Igual a todos, con humor y deporte
Con la premisa de criarlo y educarlo bajo las mismas
condiciones que a Carl, su hermano mayor, sus padres lo impulsaron
siempre a valerse por sí mismo y a enfrentar el mundo tal cual era. "Sin
nada extraño, ni artilugios", dice. "No me considero un discapacitado,
puedo hacer las mismas cosas que una persona con piernas. Además, todo
el mundo tiene alguna discapacidad", apunta. Para ello, Oscar asistió a
los mismos colegios que Carl y Aimeé, la menor de los Pistorius. "Ellos
[por sus padres] querían que desde pequeño supiera que era igual a
todos. Por eso, nos daban las mismas actividades. Así se me hizo muy
sencillo aprender a afrontar los obstáculos del mundo. No soy tan
distinto a los demás", explica entre risas. "Hay que tratar a la
discapacidad con humor. Si empezás algo y no sale o te cuesta, hay que
luchar para que eso se modifique", manifiesta.
Sencillo, terrenal, lejos de las luminarias de algunas
estrellas del deporte mundial, como toda la tarde, vuelve a sonreír. A
todo parece encontrarle una mueca, un guiño cómplice para afrontar el
destino, su destino. Como la vez que, a los 4 años, junto con su hermano
Carl utilizaron una de sus prótesis para frenar un karting en plena
caída libre. "Aquella vez comprendí que no era tan malo tener prótesis",
bromea.
Además del sentido del humor, el arraigo familiar hacia
el deporte en general fue otra constante en la superadora vida de
Oscar. Básquetbol, criquet, tenis, fútbol, waterpolo y rugby, todos
deportes por los que pasó. Pero de todos ellos, la ovalada era su
perdición. Por cierto, el más popular entre los blancos, en un país con
la locura por los Springboks a la cabeza. Sin embargo, Oscar se deleita
tanto con el rugby como con el fútbol, deporte que en Sudáfrica cuenta
con mayoría de fanáticos negros, situación que aún evidencia los
desacuerdos raciales en el país que Nelson Mandela sacudió con su acción
y ejemplo anti-apartheid. "Aún se notan las diferencias raciales. Pero
creo que, por suerte, mi generación se crió de otra manera, con una
apertura mayor. O al menos eso me pasó a mí. Amo tanto el rugby como el
fútbol. Puedo pasar horas viendo partidos. Tal vez sea mi situación la
que hace que nunca haya generado diferencias. Pero creo que las personas
de mi edad viven más relajadas esto. Además, si siempre me trataron
como a un igual, o eso sentí, ¿por qué yo podría marcar diferencias?",
cuestiona. Ese respeto que impone Pistorius es el mismo que exige y da
dentro del hectómetro, su hábitat natural desde junio de 2003 cuando una
lesión en una de sus rodillas por un tackle alto lo derivó a la pista
para rehabilitarse. "Mi idea era regresar cuanto antes al rugby. Debía
hacer cuatro meses de rehabilitación, pero una vez que empecé a correr
los tiempos que hacía era increíbles", revela. Casi sin proponérselo,
había encontrado su verdadero deporte. Como una adicción, corría todos
los días en el tartán de la Universidad de Pretoria. Allí conoció al
coach Ampie Louw que se quedó fascinado la primera vez que lo vio
correr. "Personas así no nacen todos los días. Tiene todas las
habilidades de un campeón", dijo su entrenador en más de una
oportunidad. La empatía fue inmediata y, con ello, la sociedad
Pistorius-Louw fue creciendo. Ocho meses después, con 17 años, el pelo
rizado y aparatos correctores para los dientes, participaba de los
Juegos Paralímpicos de Atenas 2004. En su primer año como atleta ya
corría los 100 metros más rápido que el récord mundial paralímpico de
ese entonces. La reputación se incrementó y Pistorius dejó de ser sólo
un sorprendente tema nacional para transformarse en noticia
internacional. En 2008 coronó su trabajo con tres medallas doradas en
los 100, 200 y 400 metros en los Juegos Paralímpicos de Pekín.
Golpe indescriptible
Pistorius no esconde su historia. Al contrario. Hace de
ella una bandera, un gran estandarte que blande con orgullo en pos de
la integración, donde trata de transmitir su visión de la discapacidad
con el objetivo de romper cualquier barrera diferenciadora. "Siempre me
han tratado como a un igual. Tanto dentro como fuera de la pista",
explica. De pronto, se levanta del cómodo sillón en Casa Este, el
coqueto local de Nike construido en espejo (son dos casas iguales) en
Punta del Este, camina unos diez o quince metros, no más, toma una
escalera de aluminio y regresa. La abre y le dice a Federico Brum, el
intérprete: "Por favor, sentate que hace calor y hace mucho que estás
parado". Una mínima acción que, una vez más, demuestra la simplicidad
con la que se conduce. Brum agradece y se sienta. "Ahora podemos
seguir", añade el sudafricano. Vuelve a sentarse y señala: "Siempre fui
considerado un igual. En las carreras es uno contra siete y ellos [por
sus oponentes] me ven como a un rival más. Y yo también los veo así. A
la hora de competir es así. Todos queremos ganar y trascender en nuestra
disciplina. Y eso es lo más lógico".
El atleta reconoce que nada ha sido fácil en su vida.
Sin embargo, eso no le genera ningún tipo de resquemor. Al contrario, lo
asume como un plus energético que lo potencia. "Lo importante es
enfocarse en lo que uno tiene y no quedarse en lo que no se tiene. ¿Si
tenés el 80%, para qué te quedás pensando en ese 20% faltante? No
sirve", cuenta.
Estoico e impasible supo y pudo enfrentar su
discapacidad con enorme grandeza, pero la muerte de su madre es un
recuerdo imborrable, doloroso, del que prefiere evitar pronunciarse.
Sheila murió inesperadamente en 2002 por una reacción alérgica, tras ser
internada de urgencia debido a una supuesta malaria. Oscar tenía 15
años. El hecho lo dejó desgarrado para siempre. "Todavía era un niño",
apenas despunta, y admite que ella no pudo disfrutar de su éxito. Se
nota que ese tema aún lo perturba. Lo lastima sentirse sin ella. Guarda
silencio e, inmediatamente, intenta cambiar de tema. Sin embargo,
recuerda que cuando tenía apenas un año, Sheila le escribió una carta,
que todavía conserva, para cuando fuera más grande. "Un perdedor no es
quien llega en el último lugar, sino aquel que se sienta, mira y nunca
ha intentado correr", recita un párrafo de memoria. Ahora sí, cambia de
tema. Vuelve a él, a su historia como atleta y al ejemplo que intenta
trasladar a grandes y chicos.
Colaborar, siempre
Entre sus múltiples actividades, Pistorius está volcado
a labores humanitarias en un proyecto solidario fundado en Mozambique,
uno de los países más pobres del continente africano. El fin principal
es colaborar con las múltiples víctimas de las minas antipersonas
necesitadas de prótesis que valen 150 euros (las suyas, de origen
islandés, cuestan cerca de 24.000). Para ello, Blade Runner es uno de
los embajadores de la Fundación Mineseeker (donde también colabora el
actor Brad Pitt), una incitativa dedicada a la identificación, detección
y remoción de minas. Según datos que aparecen en la página web de la
entidad, hay cerca de cien millones de minas y explosivos no detonados
enterrados bajo la superficie del planeta y cada diecinueve minutos
alguien usa alguno de esos artefactos. "Es increíble la cantidad de
personas que pierden sus extremidades o, aún peor, la vida por este tipo
de explosivos", revela Pistorius, que no descarta emprender su propio
proyecto. Además, el plan prevé el fortalecimiento de las zonas
afectadas con la liberación de la tierra para la agricultura
sustentable. "No sólo se busca sacar las minas, sino atacar la
desnutrición en esas comunidades enseñándoles a sembrar y cultivar su
propia tierra", apunta.
El sueño olimpico
El almanaque de Oscar tiene una marca en rojo furioso.
Es el próximo 27 de julio, fecha en que se inician, en la capital
inglesa, los Juegos Olímpicos. "Ya demostré que puedo correr con atletas
sin discapacidades. Ahora es tiempo de entrenar duro. En mayo próximo
buscaré la clasificación", advierte Pistorius que sueña con acceder a
uno de los ocho carriles en la final de los 400 metros. "Ganar una
medalla sería algo increíble, pero hoy es algo muy complicado. Debería
correr por debajo de los 44 segundos. Llegar a la semifinal es el gran
objetivo", dice.
La polémica y reclamos que provocó su inclusión en
competencias con atletas convencionales generaron tanto ruido que la
IAAF decretó, luego de una serie de pruebas, que las prótesis le
otorgaban al sudafricano una ostensible ventaja sobre sus contrincantes
sin dificultades físicas. Sin remordimiento ni resentimiento, Pistorius
apeló la medida ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), que
consideró insuficientes las pruebas de la IAAF y, en 2008, le allanó el
camino. "Entre 2007 y 2008 dejamos en claro el tema de las prótesis y ya
es tiempo de mirar hacia adelante y no quedarnos en ese duro momento.
Se fabricaron más de 20.000 pares de prótesis como las que yo uso y se
las dieron a cientos de atletas en todo el mundo, y ninguno estuvo ni
cerca de los tiempos que yo hago", cuenta. A partir de entonces, todo
dependió de él, aunque no pudo clasificarse para los Juegos Olímpicos de
Pekín 2008 por no lograr la marca mínima (45s55).
Esta situación cambió en julio del año último en la
pista de Lignano, Italia. Con 45s07 logró clasificarse para el mundial
de Daegu, Corea del Sur. En este campeonato accedió a las semifinales de
los 400 metros y también colaboró para que su equipo de relevos de
4x400 metros clasificara a la final, imponiendo un récord nacional. De
allí aún le queda la espina de no ser parte de los cuatro en la gran
final que le dio a su país la medalla de plata. "Merecía estar en la
final, pero son decisiones que no tomo yo", sentencia. Daegu, un mundial
donde los flashes iluminaron por igual a Usain Bolt, el hombre más
rápido del mundo, y a Oscar Pistorus, un atleta igual a muchos, pero
distinto de todos, que está cambiando los preceptos del atletismo
convencional. Para él, los desafíos nunca son suficientes.
Fuente: La Nación.