En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, 2 hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se calan de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: - «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos 3 tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabia lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decia: -«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que hablan visto.
Reflexiones de nuestro Obispo, Mons. Rubén Oscar Frassia.
En este Evangelio nos encontramos con la Transfiguración del Señor, donde el Padre Dios le muestra su gloria junto Moisés y Elías: el Patriarca mediador y el Profeta. Es el Antiguo Testamento que está acompañando a Jesús, al Señor, al Mesías, al Ungido, que va a vivir el momento más importante preparándose a su próximo éxodo, que deberá tener en Jerusalén.
Moisés y Elías parece que lo están consolando, animando, confortando, para que dé el paso definitivo. Pero esto no significa “debilidad” del Señor, sino que es acompañamiento ante la misión de Jesucristo.
Luego está la voz del Padre que lo señala, lo indica, como Hijo y nos invita a escucharlo. Es “el ciervo de Yaveh que está destinado al sacrificio”. El sacrificio único que nos redime y lo hace nuestro Redentor, el Salvador, el Mesías. Y todo se va a concentrar en Jerusalén. Pero la última parte, el epílogo, no será la muerte sino la Resurrección. Es Dios que acompaña a Jesús para hacer este acto único y definitivo.
Todo esto, también nosotros tenemos que vivirlo. El hombre nace solo y muere solo. En la vida uno tiene que tomar decisiones que, muchas veces, las tiene que tomar solo. Ante grandes situaciones, ante conflictos, ante perplejidades, ante tentaciones, ante desafíos, ante miedos ¡tiene que tomar decisiones!
De allí que, cada uno de nosotros, el cristiano, debe prepararse para la misión para la madurez, para su pascua, para decirle si definitivamente a Dios. Que no tengamos miedo: el Señor pasó por nosotros; el Señor lo vivió, nosotros tenemos que repetir el mismo misterio.
Pero esta decisión de decirle si a Dios, es el acto más sublime, más humano más cristiano, más pleno, que una persona puede tomar: decidirse por Dios y alejarse de todo aquello que sea pecado.
No hay resultados tangibles, a veces, sólo la certeza de que el Señor guía nuestra historia. Muchas veces las decisiones terminan, aparentemente, en un fracaso. Pero el epílogo no es el fracaso sino que es la Vida Nueva, la Resurrección.
Que la Resurrección de sentido a nuestra vida y a las decisiones que tenemos que tomar, para ser más humanos y vivir cada vez más responsablemente como cristianos.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.